Cada año que pasa podemos –y debemos– hacer un balance de lo que hemos hecho y lo que dejamos de hacer, con la finalidad de pensar si nuestro rumbo en la vida es el óptimo o, por el contrario, podemos mejorarlo.
En este año que está por finalizar, en las diferentes entradas hemos abordado temas que, a mi modo de ver, son importantes para comprender los desafíos que nos propone la Vida, pero también para apreciar los regalos que ella –sin pedírselos– nos obsequia.
En un breve recorrido mental sobre las treinta entradas publicadas en esta humilde bitácora, recuerdo haber escrito sobre pecados y enfermedades, pero más sobre virtudes y curas; sobre laberintos, pero más sobre los hilos de oro que nos conducen a la salida; sobre defectos y problemas, pero más sobre fortalezas y soluciones; de mentiras, muerte y desesperanza, pero más sobre verdades, vida y esperanza; sobre el odio y los demonios, pero más sobre el amor y los ángeles; de dioses, santos y mitos, pero más sobre hombres, sabios y realidades; sobre esos instantes de locura que nos hacen acariciar la felicidad, pero también sobre esos de cordura que nos recuerdan nuestras cadenas terrenales; sobre el tiempo y los valores, las ideas y las palabras, matemáticas y poesía; sobre alondras y amaneceres, jilgueros y esperanza, sobre ruiseñores, amores y primaveras.
En fin, mi humilde análisis me indica que el rumbo está bien; aunque, como todo, puede mejorar y, para el año que está pronto a nacer, espero con alegría tener tantos lectores como éste que me den aliento y buenos deseos a cambio de algunas palabras.
Quiero agradecer a cada una de las personas que gustosas leyeron mis entradas; a las que se animaron a enviarme un comentario, a las que lo escribieron y no lo enviaron y a las que pensaron en hacerlo y me obsequiaron una sonrisa; a las que me abrieron las puertas de su hogar y a las que me guardaron un lugar en su corazón; a las que me dieron un consejo; a las que me tendieron una mano; a las que me hicieron una crítica y a las que me dieron una palmadita en el hombro.
Como aprendiz de escritor he tratado de expresar lo que siento y lo que soy, sin máscaras ni antifaces. Cada día voy comprendiendo que las palabras tienen una sutil y, al mismo tiempo, profunda belleza y que encierran en su interior un significado que va más allá de lo que dice el diccionario. Les confieso que cuando la Fundación CIENTEC me solicitó que me hiciera cargo de esta bitácora digital pensaba que duraría poco, que los temas se agotarían o que perdería el interés. ¡Cuán equivocado estaba! Conforme han trascurrido estos casi cuatro años, me he planteado algunas metas y he pensado que si mil personas leen lo que escribo y a ninguno le incita a la reflexión, hice poco; mas si mis palabras mueven los sentimientos de una sola persona por un instante, la misión está cumplida.