6 de febrero de 2011

La educación

En los albores de este nuevo milenio se plantea, con más fuerza cada día, la necesidad de reforzar la enseñanza de los valores que, con especial énfasis en los espirituales, nos guiarán para tomar las decisiones correctas en los momentos importantes de nuestras vidas.

En un mundo que camina ansioso y para muchos, sin rumbo, algunas personas quieren adelantarse al presente para avanzar hacia el futuro olvidándose del pasado, sin tomar conciencia de que el futuro se convertirá de nuevo en presente y el presente será pasado. Saltarse las dificultades no proporciona madurez ni aprendizaje.

Decía el escritor argentino Ernesto Sábato: “La gran dificultad de la vida es que se escribe en borrador. No podemos cambiar los tachones del pasado, pero sí mejorar la caligrafía del futuro”. No hay por tanto repeticiones: vivamos el hoy, el día a día, disfrutemos de la magia de lo cotidiano y pensemos que el futuro es un eterno presente.

A través de la historia, la función del educador ha cambiado en su fin y en su método, lo que permanece es la importancia de su papel para lograr los más altos principios humanistas y su relación con la búsqueda de la verdad y del conocimiento, de su importancia en la formación de los pueblos, y así, poder conseguir en la sociedad la igualdad de los individuos que la conforman, y su identidad propia.

La educación constituye el motor del ascenso social, económico y, sobre todo, el único camino apto para lograr un pueblo culto con ideales más nobles y solidarios, en que se destierre todo tipo de discriminación. Además, es la forma más rápida de salir del subdesarrollo en que nos anquilosamos. Los contenidos del currículo oficial y los conocimientos específicos son importantes, pero lo es más la interacción con otras personas inscritas en el mismo entorno educativo, pues con ello podemos valorar lo frágil que es la vida, lo valioso de la búsqueda de la felicidad, lo necesario que es la solidaridad, lo mágico y único de la influencia del amor y la amistad y, sobre todo, que aprendamos a respetar las diferencias y buscar las coincidencias en una nación cada vez más heterogénea.

Aunque olvidemos gran parte de lo que estudiamos y en su momento aprendimos, fue formado en nuestras aulas parte de nuestro carácter, se establecieron razonamientos lógicos, se incrementó nuestro poder de concentración, se magnificó nuestra capacidad de soñar y de luchar por nuestras metas, de alcanzarlas y de no volver la vista atrás. Sin duda, es algo que nos traerá grandes satisfacciones y muchos dividendos durante el resto de nuestras vidas. Es probable que no recordemos un poema de Neruda, pero podríamos convertirnos en poetas que le escriban al amor, a la vida y a la esperanza; es posible que no seamos grandes estadistas, pero una palabra precisa, oportuna y sincera, podría cambiar el destino de una persona, y quien salva una vida, salva a toda la humanidad; es posible que no recordemos alguna fórmula matemática y, sin embargo, podríamos construir puentes que unan pueblos en vez de levantar murallas que los separen.

Este es un punto medular. En ocasiones analizamos el proceso educativo desde una óptica totalmente obtusa, incluso mercantilista, pensando en los resultados más que en el proceso, en los bajos porcentajes de aprobación más que en los beneficios sociales que se magnifican con cada palabra nueva que aprendemos, con cada persona que conocemos y con cada amistad cosechada. En ocasiones cometemos el error de ponerle precio al aprendizaje de un estudiante, como si la educación fuese una empresa: si no se produce un artículo el costo total disminuye. Así no funciona la buena educación y este sería uno de los primeros desafíos que debemos plantearnos: mirar a la educación como un camino y no como una compañía comercial, una materia prima que podemos moldear a nuestras necesidades y no como producto acabado que importamos.

En suma al iniciar un nuevo curso lectivo debemos percibir a la educación como la cura, y no como la enfermedad; no como el simple destino, sino más bien como el camino que nos llevará a descubrir maravillosos universos.

“Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres.”