2 de noviembre de 2009

A propósito del Día de los Muertos

Hoy se celebra el día de los fieles difuntos, conocido como el día de los muertos, que se inicia en esta fecha de noviembre por iniciativa de San Odilón, abad de un monasterio de Francia, en el año 980. Hoy, al igual que hace más de mil años se ora por las almas de los fieles que han fallecido. Tanto los cristianos católicos y los ortodoxos como los protestantes, cada uno con variaciones en los ritos, le rendimos tributo a los que han dejado su vida terrenal. Para los católicos, con especial atención a los que se encuentran en estado de purificación en el Purgatorio, a diferencia de los ortodoxos y protestantes que niegan la existencia de este lugar.


En la mayoría de los países América y en especial México, la celebración es distinta de los otros países cristianos, pues esta celebración se combinó con muchos de los ritos indígenas de nuestra historia precolombina. He tenido la dicha de presenciar algunos de estos ritos en varios países de América y Europa y no me queda duda de que en nuestra filosofía de vida influye directamente la forma en que percibimos la muerte.


Paradójicamente cuando se habla de muerte, se festeja la vida y no pensamos en el pasado, sino más bien nos preocupamos del futuro, pues si hay algo seguro, es la partida de este mundo. La historia nos cuenta que todos los pueblos tienen su propia versión del Juicio Final y el paso al llamado más allá. Me permitiré contarles sobre tres pueblos antiguos, de tres continentes distintos.


Los antiguos Egipcios creían que el espíritu de los difuntos era conducido por Anubis hacia la sala de las dos verdades, el lugar del juicio final, que era presidido por Osiris, dios de la resurrección. El Ib, o corazón del muerto y símbolo de su moralidad, se pesaba en una balanza contra una pluma que representaba el Maat, concepto de verdad, armonía y orden universal. Dependiendo de las respuestas a las preguntas que se le formulaban al difunto en este juicio, el corazón aumentaba o disminuía de peso. Si al final el resultado era favorable, su corazón pesaría más que la pluma y entonces el espíritu era trasladado a Aaru ─el paraíso en esta mitología─, y si ocurría lo contrario, si el corazón pesaba menos que la pluma, Amnit, la devoradora de los muertos ─un ser con cabeza de cocodrilo, melena, torso y brazos de león y piernas de hipopótamo─, destruía su corazón e impedía la inmortalidad del juzgado.


Los antiguos griegos debían llevar consigo una moneda para pagar los servicios de Caronte, el barquero del río Aqueronte hasta alcanzar el Mundo de Abajo en donde reina Hades. Una vez que allí llegan las almas, se juzgan sus actos en vida. Las honradas beben las aguas del río Leteo para así olvidar las experiencias desagradables, y luego son conducidos a los Campos Elíseos donde encontrarán la paz. A las almas injustas y sin honra se les conduce al Tártaro, un lugar del inframundo, en donde deben cumplir su condena. Por último, a quienes se atrevieron a ofender a los dioses, se les aplica crueles castigos, como el de Sísifo, forzado a empujar una roca a la cima de una colina, y una vez que lo lograba, la roca rodaba hacia abajo debiendo repetir este movimiento por la eternidad.


Para los antiguos mexicanos, existían diferentes caminos que tomarían los muertos, sin importar como habían vivido, sino más bien, dependiendo de la forma en que murieron: en El Tlalocan iban los que morían por enfermedad; en El Omeyocan por causa de la guerra; en El Mictlán los que morían por causas naturales, para recorrer el camino hacia este último, el difunto era enterrado con un perro, que le ayudaría a cruzar un río y llegar ante Mictlantecuhtli, a quien debía entregar algunas ofrendas para continuar. Lo interesante es que los niños muertos habitaban en el Chichihuacuauhco, donde se encontraba un árbol que les proporcionaba leche como alimento. Estos niños volverían a la tierra cuando la raza humana fuera destruida y así, de la muerte renacería la vida. En esto hay una clara analogía con la enseñanza de la mayoría de las iglesias cristianas en cuanto que habrá una resurrección general al “final de los tiempos”.