24 de octubre de 2011

Al final del camino


“Lo único que se necesita para que el mal triunfe es que las personas buenas no hagan nada.”
Edmund Burke
  
Parte de la belleza de la vida es su determinismo caótico, o su caos determinista, en donde se evidencia la conveniencia de la contraposición de los conceptos, es decir, posee una belleza que se fundamenta en lo paradójico, en lo que se contrapone. Se aprecia más lo dulce de la miel cuando se conoce lo amargo de la traición; se disfrutan más de los siete colores del arco iris cuando comprendemos y despreciamos la oscuridad que provoca la contaminación. Recuerdo las sabias palabras, esas que se escriben cuando la nieve se asienta sobre nuestro cabello, del escritor y académico costarricense Eugenio Rodríguez Vega, quien en 1992 escribe en Carta a mis nietos algunos de sus recuerdos, que simbolizan el pasado, y la esperanza, que nos alienta hacia el futuro, que amalgama de forma extraordinaria:
Quiero hablarles ahora, sin ceremonias, como si descansáramos a la sombra de un mango frondoso donde tantas veces hemos descansado, para decirles algunas cosas que, tal vez, puedan servirles de algo en ese porvenir misterioso que los está esperando. La vida es alegre, triste, amarga, dulce, apacible y llena de tormentas, es sobre todo una misteriosa realidad que se nos escapa imperceptiblemente... No hay en mis palabras espacio para el llanto ni la queja; solo hay espacio para la esperanza.

Incomprensiblemente también, ahora somos más preparados académicamente y más ignorantes y vulnerables espiritualmente. Viajamos a mayor velocidad y llegamos más tarde. Gastamos más dinero y damos menos limosna. Amamos menos y cada día, mentimos más. Visitamos menos a los que están más cerca. Vivimos en casas más grandes por comodidad pero nos separamos más por vanidad. Cuando debemos caminar, corremos y cuando debemos correr, caminamos. Vemos más televisión y no tenemos tiempo para orar, rezar o dar las gracias. Acudimos a las comidas rápidas para economizar tiempo, pero el tiempo nunca alcanza. Sobrevivimos más pero vivimos menos. Tenemos menos hijos y más divorcios. Leemos menos, así, lo poco que leemos, nos hace más daño. Cuanto más sabemos del entorno, menos nos conocemos; algunos saben lo que ocurre en el Medio Oriente o en la bolsa de valores en Wall Street, pero ignora lo que ocurre en su propio vecindario. En fin, nos acostumbramos a hacer lo básico antes que lo primordial y la sociedad actual no es feliz a plenitud, y de repente, pienso en nuestros abuelos que, con pocas cosas materiales y a veces ni qué comer, pero con familias grandes y unidas que no dejaban espacios vacíos en el hogar, eran felices, eran muy felices.
Esperamos demasiado de la vida, en ocasiones más de lo que nos merecemos y siempre, la vida nos da más de lo que le exigimos, como lo escribe Amado Nervo:
“Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté las rosas”.

Cuando ya no sintamos placer al caminar de la mano de nuestros seres amados, cuando no experimentemos alegría al aprender algo nuevo o al disfrutar de un buen libro o de una visita inesperada; cuando ya no estemos interesados en lo que pasa en nuestro bello país y le dejamos a los demás tomar las decisiones importantes; cuando ya no llamemos a nuestros amigos o a la familia para saber cómo están, cuando confundamos el oro con las cuentas de vidrio, cuando dejemos distinguir entre lo eventual lo indispensable, cuando ya no encontremos sentido a la vida, cuando ya no tengamos proyectos ni metas…, en ese momento, en ese preciso instante, debemos cambiar la dirección de nuestro barco, desviarlo de los peñascos y guiarlo hacia un puerto seguro. Difícil será, pero la mejor manera de salir de nuestros propios laberintos, es de la mano de un amigo, y seguir luchando hasta que expiremos nuestro último aliento de vida, como nos lo recuerda la Madre Teresa de Calcuta, en su motivador “Nunca te detengas”:
“La piel se arruga. El pelo se tiñe de blanco. El camino se vuelve más pesado. Y los días se convierten en años. Pero lo esencial no cambia. Tu fuerza y tu determinación no tienen edad. Tu espíritu sigue haciendo la diferencia. Detrás de cada línea de llegada, hay una de partida. Detrás de cada logro, nace un nuevo desafío. Mientras estés vivo, siéntete vivo. No vivas de fotos amarillas, ni de películas viejas. Deja atrás los recuerdos. Si extrañas lo que hacías, vuelve a hacerlo. Sigue cuando todos esperan que claudiques. No dejes que se oxide el hierro que hay dentro de ti. Haz que en vez de lástima te tengan respeto. Cuando ya no puedas correr, camina. Cuando ya no puedas caminar, usa un bastón. Pero nunca, nunca, nunca, te detengas”.

El tiempo pasa, nuestras buenas acciones deben perdurar. Hasta el último suspiro de vida, luchemos por nuestra felicidad, abonando cada día nuestra esperanza. Transmitamos el entusiasmo a las generaciones que nos sustituirán.

31 de agosto de 2011

Una reforma educativa

Muchos pensadores, académicos, estadistas, profesores y maestros, se han referido a una reforma educativa en Costa Rica. No seré yo el primero en hacerlo. Por otro lado, en una sociedad que está perdiendo su rumbo, en una nación que está dejando escapar su identidad y en una cultura amenazada, no basta retomar la dirección correcta en lo que a educación se refiere. Se debe abordar una reforma también en la parte judicial y penal, en la ley de tránsito, en el ámbito tributario, en el sector de la salud, en fin, se deben efectuar cambios necesarios, pero eso es otra historia y lo dejaré en manos de los expertos en estos temas.
En octubre de 1962 el Papa Juan XXIII abre el Concilio Vaticano II y, desde su inicio, indica con claridad los objetivos: en primer lugar, el interés no era definir nuevas verdades o condenar errores, por el contrario, era necesario renovar la Iglesia católica para lograr transmitir el Evangelio en los nuevos tiempos, una especie de aggiornamento o como el mismo Papa lo llamaba, “la puesta al día de la Iglesia católica”. Como segundo gran objetivo, la búsqueda de los caminos de unidad de las Iglesias cristianas, estableciendo un diálogo “en lo que nos une y no en lo que nos separa”. Al Concilio fueron invitados, como observadores, no sólo miembros de todas las Iglesias cristianas, desde la Iglesia ortodoxa y las diferentes denominaciones protestantes, desde creyentes islámicos, hasta indios americanos. En síntesis, este Concilio cambió el catolicismo hacia una nueva forma de celebrar la liturgia, un “fresco” ecumenismo y un claro acercamiento al mundo y a las otras religiones. Dicho Concilio finaliza en 1965 presidido por el Papa Pablo VI luego de la muerte de Juan XXIII. La modernización de la Iglesia católica que se planteó en este cónclave no fue la primera y no será la última. El hecho de que haya logrado evolucionar con el tiempo demuestra que esa institución permanece, y se fortalece desde hace dos mil años y, a pesar de tener muchos enemigos, sigue avanzando.
Esto es precisamente lo que se debe hacer en esta reforma educativa, adaptando una nueva forma de enseñar, con la modernización de los contenidos y los métodos, con una toma de conciencia de que ahora se cuenta con nuevos recursos tecnológicos. Ignorar el rol de la tecnología en este proceso sería permanecer en el pasado. Convocar a todas las partes involucradas en el campo educativo y buscando los puntos de unión y concordando en lo que ahora nos separa. Desde luego, un cambio en la educación debe caminar paralelo con los tiempos. Debe considerar la actitud de quien desea el cambio, por supuesto que avalado por las entidades superiores. No se trata de un proceso que dure unas semanas, pues empleará años, por lo que se debe empezar ya.
En las revueltas estudiantiles en Francia, de mayo de 1968, se acuñó un memorable lema “seamos realistas, pidamos lo imposible”, oración que refleja muy bien el inicio de lo que deberíamos de exigir en la reforma necesaria, pues me parece que conforme avanza la humanidad, lo imposible deja de serlo y vemos cómo se convierte en realidad lo que algunos escritores de ciencia ficción, escribieron de manera futurista: la clonación, los transplantes de órganos, los viajes al espacio, la nanotecnología, etcétera. Así, el solo pensar en lo utópico y su probabilidad de alcanzarse, el solo marcar el umbral más allá de lo posible, hará que se convierta en una meta alcanzable, un sueño de posible realización.
Debemos empezar cuanto antes y pedir, metafóricamente hablando, lo quimérico. Para ello, se debe elaborar una lista de proyectos educativos y sobre ellos discutir esta gran reforma. De tal manera, se plantearía un gran desafío para la educación por medio de un Congreso Nacional de la Educación, donde los protagonistas sean académicos, estudiantes, docentes, padres de familia, y sindicalistas o gremios con el interés centrado en el futuro de nuestro país. La opinión de los partidos políticos, de los organismos no gubernamentales y de algunos grupos empresariales debe ser un insumo importante en la discusión. Además, deben incorporarse políticos estadistas, con una clara visión humanista y concientes de las necesidades de los costarricenses de hoy, pero aún más, de las generaciones que vendrán.
De pactos solemnes que debemos respetar, sin asomo de traiciones y en clara simbiosis académica y social, podemos recordar lo que escribe Sun Tsu, en el siglo V a.C., en el fantástico libro “El arte de la guerra”: “Me uno con aliados poderosos ofreciéndoles objetos preciosos y seda y los comprometo con pactos solemnes. Respeto los tratados y así, tengo la seguridad que contaré con su ayuda”. De eso se trata, de hacer pactos y de respetarlos, en donde todos contemos con la ayuda de todos, sin distingos de colores políticos o de credos religiosos, simplemente, pensando en nuestra nación.
Esta reforma ha sido pospuesta por razones políticas y económicas, pero creo que tiene que darse para que todos los actores definamos un mismo rumbo de lo que debe ser la Costa Rica del futuro; sin esta reforma seguiremos a la deriva en el campo educativo, los políticos de turno defendiendo pequeños feudos al igual que algunos sindicalistas, y los padres de familia tratando, por todos los medios, de que sus hijos logren la meta de un título devaluado, con el que no aspiran a nada más que eso, un título, como si fuese el fin último y olvidándose de la educación como un medio para lograr los más altos ideales de igualdad y prosperidad de un pueblo culto y pluralista.
En esta necesaria e imperativa reforma que debería darse tarde o temprano, nos debemos preguntar quién debe dar el primer paso. Algunos creen que debe ser el Ministerio de Educación Pública, otros aseguran que serán las escuelas de formación docente de las distintas universidades, públicas o privadas. No creo que los grandes ausentes en el proceso educativo, como los padres de familia, den este paso inicial, aunque es claro que serán grandes protagonistas y deben involucrarse, convirtiéndose en aliados de la educación y no en sus enemigos, asumir con estoicismo su cuota de responsabilidad en la formación y educación de sus hijos en el hogar.
Lo deseable sería que todos los participantes lo hagan con solemnidad, de común acuerdo, que humildemente cedan donde hay que hacerlo y negocien, sin pensar en ganar, porque en primer lugar, el formar sólidamente a los docentes que tendrán en sus aulas a las nuevas generaciones de costarricenses, sin duda, hará que la sociedad costarricense pueda enfrentar los nuevos esquemas de cambio global que cada día amenazan con despojarnos de nuestra identidad nacional.
Es menester de las autoridades garantizar a los docentes un salario digno y acorde con su verdadero nivel de preparación académica, empezando por respetar los acuerdos tomados luego de la última huelga de educadores del 2007. Es necesario que ellos actualicen sus conocimientos y sus aportes a la comunidad, que les permita vivir dignamente, más que sobrevivir con varios trabajos. No me parece ético ni moral que los profesionales en el campo de la educación, hagan largas filas en las diferentes oficinas regionales. Debe erradicarse la percepción de los educadores de ser los “patitos feos” del sector profesional, como se hizo en Finlandia y a la cual ya nos referimos.
Hace algunos años, recuerdo haber escuchado, en algunos medios de información, las opiniones del filósofo y matemático Ángel Ruiz Zúñiga, en cuanto que se debería declarar emergencia nacional en las matemáticas, a propósito de los malos resultados en algunas de las pruebas nacionales en este campo. Sin embargo, creo que debemos ir más allá en la propuesta y declarar emergencia nacional en la educación, algunas de las razones son obvias y se leen todas las semanas en los periódicos o se observan en la televisión, otras más sutiles, trataré de exponer más adelante en futuras entradas.

“En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.”
Albert Einstein

11 de julio de 2011

El cambio necesario

La planificación es un arte, fácil si tuviéramos un oráculo que nos ayude, una zarza ardiente que nos hable a través de la voz de un ángel o una adivina con bolita de cristal que nos adelante el qué debemos hacer, y nos dijera cómo y cuándo lo debemos realizar. Sería sencillo planificar si lográramos entender que la planificación es arte sí, pero además es ciencia. Se puede aprender si conseguimos interpretar los designios del pasado, las necesidades del futuro y los signos del presente, de las personas y de las instituciones involucradas. Así, en la materialización y ejecución no necesitaremos de pitonisas ni adivinas, solo del raciocinio y el sentido común, aunados a una buena interpretación de los signos que se refieren a los sueños de una mayoría de los habitantes de nuestra nación.


Los gobernantes deben entender ─y si no lo hacen el pueblo debería cobrárselos─ que gobernar es señalar caminos, pero también proponer metas y destinos para las presentes generaciones y sobre todo para las venideras.


El economista italiano de principios del siglo XX, Vilfredo Pareto, observó y describió el cómo en Italia, aproximadamente el 20% de la población tenía el 80% del poder político y la riqueza económica. Al contrario, el 80% de la población, lo que Pareto denominó “las masas”, se repartía solo el restante 20% de esta riqueza y tenía poca influencia política. En general, este se conoce como el Principio de Pareto y se puede aplicar en muchos ámbitos. En el educativo podría leerse como que el 20% de las personas hace que las cosas ocurran y el otro 80% espera a que ocurran; sin embargo, en estos tiempos me parece que la diferencia entre estos porcentajes va aumentando, ya que la concentración de la riqueza se acentúa y la pobreza, en términos relativos, aumenta. Aldous Huxley dice que: “la mayoría de los seres humanos tienen la absoluta e infinita capacidad de tomar las cosas por sentado”. Sin aventurarme a vaticinar porcentajes, meditemos en cuál de estos grupos queremos estar y, más importante, en cuál debemos ubicarnos, si al final damos las cosas por sentado o, nos cuestionamos sobre nuestro papel en la sociedad y buscamos el cambio.


Me gustaría creer, pues así sería más fácil, que los cambios que necesita el sistema educativo se darán por orden directa de las altas autoridades educativas, pero casi de seguro no será así; convencido estoy que vendrán de los maestros y profesores mismos, algunos sin nombre, otros con un nombre que escribiremos sobre el agua y que, quizás, olvidaremos con rapidez. Creo que no serán el Ministerio de Educación Pública ni las universidades, tanto públicas como privadas, las que den este gran salto hacia la reforma educativa.


En la historia de los cambios y de las grandes revoluciones han sido las personas más humildes las que lo inician, muchos sin nombre que recordar, otros como Gandhi en la India, Rosa Parks en los Estados Unidos, Nelson Mandela en Sudáfrica, Mauro Fernández, Omar Dengo, Roberto Brenes Mesén, Rodrigo Facio o José Figueres Ferrer en nuestro país. La Revolución Francesa en 1789, el movimiento hippie que inicia en la década de 1960, la Revolución de Octubre en la Rusia zarista de 1917, la guerra civil de 1948 en Costa Rica; el famoso “hombre frente al tanque” en la plaza de Tiananmen en 1989 en la República Popular de China, la caída del Muro de Berlín, en Alemania en noviembre de 1989, solo por citar algunos hitos históricos, lejanos o recientes, en pos de los Derechos Humanos. Seguro estoy que usted, estimado lector, podría pensar, recordar y enumerar decenas de ejemplos más. La mayoría de estas luchas tienen que ver con la libertad que ha sido arrebatada, mágicamente se pueden idealizar con la frase “Yo tengo un sueño” del incansable luchador de los derechos de los afroamericanos estadounidenses, que utilizó la filosofía de la no violencia y la desobediencia civil, Martin Luther King, y que pronunciara en el memorable discurso de 1963. Un sueño que todos debemos concebir y por el que se debe seguir luchando día a día, pues los marginados, los explotados y los segregados, en el futuro, podríamos ser nosotros mismos.


“Aquellas personas que no están dispuestas a pequeñas reformas, no estarán nunca en las filas de los hombres que apuestan a cambios trascendentales.”
Mahatma Gandhi