“Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”
Ludwig van Beethoven
En el silencio es donde podemos escuchar nuestros
pensamientos, por esta y otras razones es que algunos religiosos practican votos
de silencio; por ejemplo, los padres cartujos dedican al día ocho horas de oración en sus propias celdas y en aislamiento
absoluto, para ellos el silencio es fundamental para lograr la contemplación. Por
el contrario, a muchas personas el silencio les causa ansiedad y temor, por
esta razón, en su soledad encienden su televisor o el equipo de sonido para
romperlo. Lo que sí es claro es que cada una definirá sus prioridades e
interpretará el silencio de una manera muy particular.
Con las palabras tratamos de expresar nuestros pensamientos, ideas y sentimientos; con ellas
intentamos explicar nuestra forma de percibir lo que nos rodea y todo lo que
ocupa un lugar en nuestro universo. En el silencio logramos ordenar estos
pensamientos, ideas y sentimientos.
Pero también la ausencia de palabras tiene su propio
significado, muchas veces los silencios dicen más que mil palabras. Pienso, por
ejemplo, en las partituras en donde son importantes las notas musicales pero
también los silencios asociados a estas notas. Los directores de orquesta que sienten y comprenden lo
que un músico escribió en el pentagrama son los que logran transmitir al
público el verdadero sentimiento que inspiró al autor. Cualquier persona que
escuche la Novena Sinfonía de Beethoven en la dirección de Von Karajan sentirá que se transporta a un mundo en que no existen los idiomas ni las fronteras;
un sutil gesto del director o los movimientos de su batuta, a veces suaves y
delicados como el
planeo de una gaviota, en ocasiones tan fuertes y agitados como el vuelo del colibrí provocan una
admiración mayor al sopesar que Beethoven la compuso cuando ya era sordo, es
decir, nunca logró escuchar las notas que imaginaba y escribía y sin embargo es una obra que alcanzó la inmortalidad.
En El grito de Munch escucho a su autor expresar su dolor y sufrimiento y retumba en mis tímpanos ese
grito infinito. Cuando se observa El beso de Klimt se acelera el corazón y las neuronas. La Guernica de Picasso describe silenciosamente el
dolor que provoca la guerra, se siente la presencia de la muerte entre los
distintos elementos de la obra. Sin palabras se logran describir sensaciones y
sentimientos.
El silencio es vital en el proceso educativo porque
en él se impulsa la
experimentación, la observación y el pensamiento, se prueba se conjetura y se prueba
o se refuta. Paul Tatter afirma que “El silencio es una herramienta efectiva
para el aprendizaje cuando las personas están físicamente involucradas con los
objetos materiales porque en ese momento el silencio no es falta de
conversación”. Como docentes –en ocasiones– cometemos el error de romper el
silencio con una explicación; a menudo, esta explicación ayuda más al profesor
que a los estudiantes, en especial cuando se trata del aprendizaje en las
ciencias, porque estas requieren de la experiencia con los objetos. Muchos
docentes prefieren esta práctica pues simplemente no se rompe el status quo y
se cumple con un programa.
En un día como
hoy, que desde 1994 se celebra el “Día Internacional de los Docentes” es imperativo pensar y repensar en los que hacemos
bien y en lo que podemos mejorar.