21 de abril de 2014

La última tentación

Ha finalizado la Semana Santa Católica, que este año coincidió con la pascua de la Iglesia Ortodoxa, cosa que usualmente no sucede pues por lo general esta última se celebra una o dos semanas después.  La mayoría de personas viven esta semana de acuerdo a sus costumbres y en mi caso, las procesiones católicas y el chiverre se mezclan armoniosamente con los huevos teñidos de rojo y el pan de Pascua, el Cristo ha resucitado y el Xristos Anesti son uno.
No pueden faltar en esta semana las películas y series de televisión que nos venden una visión variada de las Santas Escrituras y en particular tuve la oportunidad de ver “La última tentación” que causó tanta polémica hace unas décadas.
A causa de ella, recordé cuando hace ya algunos años y en esa búsqueda de algunas respuestas a mi propia existencia y al origen de mis raíces, hice el peregrinaje obligado en la alucinante y mágica isla de Creta, a la tumba de Nikos Kazantzakis, autor del libro sobre el cual se basa dicha película. Su tumba se encuentra fuera de cementerio alguno debido a que la Iglesia ortodoxa griega lo excomulgó por sus “pecaminosos” escritos, tal vez por sus furibundas críticas al clero en la novela “Cristo de nuevo crucificado”, o por el atrevimiento de humanizar a Jesús en “La última tentación”, o quizás, por su testimonio-confesión en “Cartas al Greco”.
En pocas líneas, les resumo la polémica novela “La última tentación”, escrita en 1951 por este cretense. En ella se narra la vida de Jesús, en el clímax de la crucifixión, cuando tras la interrogación exclamativa “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, y cuando está a punto de completar su misión, tiene una tentación ─allí radica la herejía─ de qué hubiese sido de su vida como un simple mortal y en cuestión de segundos se imagina una vida al lado de María Magdalena. Esos segundos son los que desarrolla el escritor en decenas de páginas. En ese trance aparece su ángel guardián y le comunica que Dios lo envió para salvarle, pues ya había sufrido bastante, y que Él no es el Mesías. Con su ayuda, Jesús baja de la cruz mientras los presentes continúan como si nada extraordinario hubiese ocurrido, y el ángel y Él se retiran. Pasa el tiempo, y Jesús lleva una vida normal. Un día se encuentra con el apóstol Pablo, quien predicaba sobre el Mesías, su sacrificio y Resurrección. Jesús se le acerca y le dice que Él es Cristo quien vive como hombre, pero Pablo le contesta diciéndole que la gente es infeliz y sufre bastante por lo que su única esperanza es el Jesús resucitado, quien salvará al mundo. El mismo Judas le recrimina el no haber consumado la Pasión y Jesús le explica que fue Dios quien le envió a su ángel guardián para salvarlo, sin embargo, Judas le hace ver la realidad. En efecto, quien creía que era su ángel guardián fue en realidad Satanás y, que si muere como simple mortal, no habrá sacrificio ni Redención. Luego de algunas reflexiones importantes, Jesús le pide a Dios que lo perdone, pues su deseo es completar la crucifixión para, de tal manera, llevar la prometida bienaventuranza a toda la humanidad. En ese momento, se da cuenta de que sigue en la cruz y que podrá terminar su sacrificio. Nunca cayó en tentación y exclama que se haga su voluntad.

Lo que sí es cierto es que sobre esa pequeña loma, donde se ubica la tumba, yace un hombre, cuyo nombre no ha sido escrito sobre el agua. En su lápida se reafirma que es libre, que no le teme a nada y no espera nada; sin referencia alguna, no hace falta, pues está escrito en el inconsciente colectivo de todo el pueblo griego. Un hombre que no temió escribir lo que pensaba.