9 de febrero de 2010

Sobre el tiempo

En ocasiones nos esmeramos en calificar cada acto, tratamos de medir todo, sin comprender que existen conceptos inconmensurables. Ya en otras entradas nos hemos referido a las diversas unidades de medida, sin embargo, otras son más abstractas, como por ejemplo, en las ciencias naturales utilizamos con mucha frecuencia la magnitud física llamada tiempo. Curiosamente pensamos que algunas cosas siempre han existido pero incluso antes de la creación del Universo no existía tiempo pues ─como se escribe en el Génesis─ todo era Caos o desorden, el mismo San Agustín concluye, en el libro undécimo de sus Confesiones, que antes de la creación del universo Dios existía, claro que sí, existía, pero ¡no hacía nada!

A partir de este momento, conocido como el Big Bang, el tiempo transcurre y avanza y se calcula que la edad del universo es aproximadamente de trece mil setecientos millones de años. Por otro lado, las unidades de medida del tiempo miden la duración de diferentes eventos. A diferencia de hace varios siglos, la mayoría de los relojes que utilizamos diariamente tienen cronómetros que miden el tiempo hasta con centésimas, cuando, para cualquier mortal solo basta con las horas y los minutos. Tratamos de llenar nuestras agendas para que no le queden espacios libres que podamos dedicar a nosotros mismos, como si al acelerar el paso pospusiéramos la fecha de nuestra muerte, como si lográramos engañar a las tres parcas ─diosas del destino─, para que cambien sus designios divinos, a Cloto que hila nuestro destino, a Láquesis que asigna nuestras alegrías y tristezas determinando la vida que llevaría cada mortal y Átropo quien corta el hilo de la vida y trae la muerte. Definitivamente no. Como lo hemos escrito en otras entradas, nosotros mismos podemos reescribir nuestro propio destino y conseguir que cada día valga por lo que contiene, sin premuras de ninguna índole. Con frecuencia pienso que sería mejor colocar en nuestras muñecas solo un reloj, como el de la Liebre de Marzo de Alicia en el País de las Maravillas, que solo marcase los meses y, así, correríamos menos y tendríamos más tiempo a nuestra disposición.

Como ya mencionamos, la edad del universo es cercana a los catorce mil millones de años. Para comprender lo que significa el tiempo transcurrido desde sus inicios, transcribo un extracto del ensayo científico “Una breve historia de casi todo”, del autor Bill Bryson. Él compara los cerca de cuatro mil quinientos millones de años de historia del planeta Tierra con los de un día normal de veinticuatro horas:

“Muy temprano, a eso de las cuatro de la madrugada, aparecen los primeros organismos unicelulares. Estos seres minúsculos gobiernan el planeta durante dieciséis horas. A las 8:30 de la noche al mar le brotan las primeras plantas. Veinte minutos más tarde aparece la primera medusa rodeada por los enigmas de una fauna que los expertos han bautizado como ediacarana. Un poco después de las nueve salen nadando los primeros trilobites y una pléyade de primos más grandes. A las diez de la noche empiezan a echar raíces las plantas sobre la superficie terrestre. Veinticuatro minutos después son tantos los bosques que ya el planeta es una zona de residuos carboníferos. Justo entonces las deidades que hicieron los insectos le dieron rienda suelta a la imaginación y a las once de la noche, minutos más minutos menos, los dinosaurios llenan de huevos gigantescos el planeta. Durante tres cuartos de hora son los amos y señores de todo esto, pero a las 11:41, quizá por la ventura de los meteoritos que cada tres minutos en esta escala lo devastan todo, los gigantes del Parque Jurásico desaparecieron. A las 11:42, segundos más, segundos menos, aparecieron los mamíferos. Y casi a las 11:59, cuando faltaba solamente un minuto y dieciséis segundos para la media noche, nacimos nosotros.”

Pensamos, con cierta arrogancia, que somos los amos y señores del universo, como si siempre hubiésemos estado aquí, como si siempre estaremos aquí, pero contrariamente, hacemos lo posible por autodestruirnos y nos empecinamos en aniquilar lo que le pertenece a las futuras generaciones. El tiempo pasa inexorable, y no sabemos cuántos años estaremos sobre la Tierra. Quizás, de manera inconsciente, pensamos que la vida es un sueño –como escribiera Calderón de la Barca– y cuando morimos despertaremos a la vida.